EL MUNDO SUBTERRÁNEO DE MÉRIDA.

Carlos Augusto Evia Cervantes

Capítulo XII del libro Mérida Miradas Múltiples.

Editores: Francisco Fernández Repetto y José Fuentes Gómez. Publicado por la Facultad de Ciencias Antropológicas y la
Cámara de Diputados LVIII Legislatura. Mérida, Yucatán. 6 de junio de 2003. p.p. 203 – 212

1.- Introducción

La moderna ciudad de Mérida esconde en el subsuelo historia, secretos, mitos e incógnitas. Si se insiste en observar desde otra perspectiva se descubrirá toda esa variedad escondida.
El trabajo que hoy nos ocupa pretende sumergir al lector en el mundo subterráneo de Mérida y saber de qué manera la población de esta ciudad ha tenido una relación con las cavidades sobre las que se asienta.
Cuando los españoles llegaron a Yucatán, T’Hó estaba escasamente poblada; según los estudios del historiador Víctor Manuel Molina Solís, en 1541 sólo había unas 200 casas de palma ocupadas por aproximadamente un millar de indígenas; junto a esas viviendas estaban las colosales ruinas y restos de algunos edificios sorprendentes (CASARES; 1999: 175).
Estos vestigios encontrados hacen pensar que T’Hó fue un centro de considerable población y los 87 sitios arqueológicos reportados en el área municipal son una clara evidencia de haber sostenido una importante y larga ocupación durante los tiempos de los antiguos mayas (LIGORRED; 1998: IX).
Debido a esas circunstancias se estima que una concentración humana, para llegar a la magnitud que alcanzó T’Hó, requirió del aprovechamiento eficiente de los elementos del entorno natural.
Las evidencias que las disciplinas antropológicas van encontrando indican que los antiguos mayas usaban los recursos naturales disponibles en las cuevas. De las cavernas extraían arcilla para la elaboración de sus vasijas, sascab y piedras para sus construcciones y abono para sus cultivos. Sin duda, el recurso más buscado dada su vinculación con la supervivencia de la sociedad fue el agua. En la época colonial la situación varió poco; debido a la inexistente infraestructura hidráulica, el abastecimiento del vital líquido se procuraba para cada inmueble por medio de pozos, cenotes y depósitos que recolectaban el agua de lluvia (PERAZA Y CHICO; 1993: 121).
La peor época para los cenotes de Mérida fue cuando, en septiembre de 1965, se concluyó la instalación del sistema de agua potable en la ciudad (IRIGOYEN; 1970: 114). Fue entonces cuando los meridanos empezaron a clausurar sus pozos y cenotes en el mejor de los casos; en otros, fueron convertidos en sumidero de aguas residuales. También empezaron a desaparecer las veletas y ser abandonados los aljibes de agua de lluvia. La relación de la sociedad con el mundo subterráneo tenía que cambiar; en el siglo XX hubo un inesperado uso de los espacios subterráneos: además del acostumbrado entretenimiento acuático, las cavidades sirvieron para la diversión bohemia y nocturna. Mientras unas clases sociales podían darse esos lujos, otros individuos, los desheredados también han hecho uso de los espacios y aguas subterráneas. Cual si fueran nómadas, pero en un contexto urbano, los indigentes asumen su papel en los territorios de nadie.

2.- La tradición oral.

Uno de los aspectos más fascinantes de la cultura maya actual es la tradición oral. Ser parte de la ciudad o interactuar con ella no excluye a nadie como conocedor o transmisor de la cultura. La tradición oral es el conjunto de relatos o testimonios que forman parte de la memoria colectiva de un grupo y que se manifiestan en la comunicación entre los integrantes de una sociedad o una comunidad específica. Se le atribuye el carácter de tradicional porque sus contenidos son tomados de las expresiones elaboradas, reelaboradas y transmitidas por los integrantes de las generaciones anteriores a los miembros de la sociedad actual. Su carácter de oral se debe a la manera usual de transmisión que es la verbal (EVIA; 2000: 7).
Sin embargo, los relatos tradicionales suelen registrarse en alguna fuente impresa y esto merece la reflexión siguiente: quienes hacen de la tradición oral su objeto de estudio saben que el reporte escrito de un relato no detiene sus cambios; solamente fija una versión en el papel, pero no la vuelve oficial. Así que los relatos siguen alimentándose de la plasticidad del lenguaje y también de las versiones documentadas. Por esta razón, en este trabajo se presentarán algunos ejemplos de versiones publicadas en la prensa local o en obras más formales.
Hechas estas aclaraciones veamos uno a uno los relatos que se consideraron típicos para caracterizar la tradición oral del mundo subterráneo de Mérida.
En la tradición oral de la ciudad de Mérida hay un relato persistente: la comunicación subterránea. El mito ha producido, incluso, polémica entre historiadores, antropólogos y clérigos en torno a una creencia generalizada que planteaba la comunicación entre la iglesia de Monjas y la Catedral a través de un conducto subterráneo (VICTORIA; 1995: 96).
En testimonios obtenidos recientemente se repiten viejas ideas tal como la que dice que todas las iglesias se comunican entre sí; que los subterráneos fueron construidos para que las monjas enclaustradas no tuviesen contacto con el mundo exterior y que en el pasado existía un pasadizo que iba de Monjas a Catedral y al convento de San Francisco el Grande (GROSJEAN; 1999: 103).
La existencia de un sitio muy conocido, el Yanal Luum (bajo la tierra en español) apuntalaba esa hipótesis ya que se encontraba en la línea imaginaria que uniría a Monjas y la Catedral. Pero éstas ideas no resistieron la fuerza de las evidencias ya que cuando se hicieron los trabajos de excavación para instalar las tuberías destinadas al servicio del agua potable no apareció la supuesta vía subterránea (GROSJEAN; 1999: 105).
Llegando a los extremos de comunicación mítica creo que es oportuno mencionar algo que quizá los meridanos no sepan, pero que los habitantes de Maní dicen convencidos. Estos últimos aseguran la existencia de un conducto que partía desde la puerta del convento de San Miguel Arcángel de Maní y llegaba hasta la iglesia de Monjas en Mérida; es decir, casi 100 kilómetros. En febrero de 1982 bajamos por ese conducto vertical, muy estrecho por cierto, con el objetivo de conocer y recorrer aquel famoso camino subterráneo. Cuando tratamos de avanzar no se pudo porque ya lo habían rellenado con escombro. Al indagar al respecto la gente nos respondió que fue necesario porque algunos niños entraban a jugar corriendo el riesgo de perderse ya que el túnel era tan largo que llegaba hasta Mérida.
Los cenotes de nuestra ciudad contribuyen con esta clase de mito, ya que casi todos los que conocen un cuerpo de agua inundado expresan frases como la siguiente “dicen que este cenote se comunica con otro …” entonces nombran aquel que está a distancia. Como prueba de ello se ofrecen relatos de incidentes en el que objetos perdidos en un lugar aparecen en otro. El Tívoli, en el interior del Instituto Comercial Bancario, no es la excepción pues más de una persona asegura que esta cueva inundada se comunica con el cenote Huolpoch que está relativamente cercano y con otro que está en el Parque de las Américas, todavía más lejos. Los antiguos dueños dijeron al actual propietario que unos buzos comprobaron la existencia de esa comunicación; sin embargo los buzos locales no avalaron tal afirmación (EVIA; 1999: 4).
Considerando que la capital del Estado de Yucatán está sobre los vestigios de la sociedad indígena que moraba en la antigua T’Hó y que los mayas usaban los recursos naturales disponibles en las cuevas tales como la arcilla, el sascab, las piedras y fundamentalmente el agua, no es raro encontrar cenotes bajo edificios o en patios de las casas de esta ciudad. Estos serían como la base material de otro conjunto de relatos que se han convertido en leyendas de Mérida. Veamos los casos.
Se ha especulado desde hace mucho tiempo acerca de un cenote bajo la catedral. Al respecto el cronista Juan Francisco Peón Ancona dijo en una conferencia que hace algún tiempo, un cura capitalino con ciertos poderes sensoriales para detectar este tipo de formaciones, en una visita a la Catedral meridana señaló que en la zona del altar mayor hay un profundo vacío subterráneo el cual se extiende hacia el oriente más allá de las oficinas de la curia arzobispal. Al mismo cura se le llevó a otros lugares donde se tenía la certeza de que existieran cenotes pero que además estaban clausurados. En todos los casos acertó (DIARIO DE YUCATÁN 10/5/1998). El mismo Peón Ancona califica el relato de creíble, pero que nadie hasta el momento ha aportado pruebas confiables que lo confirmen.
La narración anterior se hace más digna de crédito al conocer el testimonio aportado por el señor Félix Fáller Palomeque en 1999. Aseguró que bajo el edificio donde estuvo la ferretería “El Candado”, en el cruzamiento de las calles 60 y 65, a unos 100 metros de la catedral, hay un cenote tapado con una capa de concreto muy fuerte, con una pequeña compuerta del mismo material. Por medio de un reporte escrito que hizo llegar a un periódico local indicó que cierto día despejó el área donde está la citada capa y levantó la compuerta; entonces pudo ver un espejo de agua bastante grande. El señor estimó, y con razón, que ese cuerpo de agua sirvió para abastecer a los habitantes de la antigua T’Hó, nombre maya de la ciudad donde se construyó Mérida (DIARIO DE YUCATÁN 24/11/1999).
Como se dijo anteriormente, hay casos de la narrativa tradicional que han sido fijados en obras de determinados autores quienes han puesto su atención en algún subterráneo. Al respecto, consideramos oportuno presentar un caso que fue documentado por uno de los famosos viajeros del siglo XIX, el barón Federico de Waldeck. En su obra Viaje pintoresco y arqueológico a la Provincia de Yucatán, Waldeck hizo una descripción del Convento de San Francisco, el cual más adelante sería la Ciudadela de San Benito. Ésta se encontraba en los terrenos del edificio principal del actual mercado “Lucas de Gálvez” y de lo que fue la escuela Felipe Carrillo Puerto, luego “Chetumalito”, y hoy es un terreno baldío. La narración del citado convento edificado sobre un antiguo basamento maya es fechada entre 1834 y 1836 y hace referencia a los espacios subterráneos que Waldeck observó. Señaló que eran inmensos y que los caminos del sitio formaban un verdadero laberinto. Agregó en su descripción que hay un pozo el cual conduce a otras pequeñas piezas cavadas en la roca. Por último, señaló la existencia de un abismo profundo. Actualmente no queda nada del pasado en la superficie. “Pero la gran veta de agua, el abismo profundo del que Waldeck da testimonio tiene que seguir ahí. Sólo habría que buscarlo” (LIGORRED; 1998: XXVIII).
Por último haremos referencia a un sitio muy cerca del centro meridano en el que hay un popular mercado que abastece a los vecinos del cercano oriente de la ciudad. Se trata del mercado del Chembech. A diferencia de las otras zonas adyacentes al centro, la del Chembech se ha mantenido junto con sus expendios de carnes, locales comerciales y loncherías. Esto se debe a la concurrencia de los clientes, vecinos o no, que van a hacer sus compras hasta ese sitio. De acuerdo con los testimonios de los locatarios más antiguos, el inmueble actual fue inaugurado el 5 de mayo de 1969 y el edificio que le antecedió tenía 50 años de antigüedad; era redondo, con techo de tejas y de acuerdo con las personas entrevistadas se construyó sobre un cenote al cual acudían codornices en una gran cantidad. Por eso el mercado se llama Chembech (pozo de codorniz). De acuerdo con las versiones de los locatarios indican que el cenote quedó casi en medio del inmueble (DIARIO DE YUCATÁN 25/9/2000).
Hay otra clase de relatos que hemos encontrado en la zona rural del municipio de Mérida. Los habitantes de estas áreas tienen una intensa relación con la urbe, pues la mayoría de ellos encuentran empleo o actividad económica en la ciudad. Simultáneamente los ejidos adyacentes van perdiendo sus tierras poco a poco hasta que el proceso conurbación se consuma en su totalidad. Pero la asimilación física de comunidades a la gran mancha urbana, no cambia de inmediato el sistema de creencias de la gente. De ahí que los relatos tradicionales persistan; de hecho son un poco más elaborados que los de las comunicaciones subterráneas. Algunos hacen referencia a los hechos sucedidos entre las personas y otros explican el origen de las cosas actuales.
El primer ejemplo de estos relatos hace referencia al cenote de la comisaría de Dzityá, en el noroeste de Mérida. El narrador, Silvio Rodríguez Figueroa nos brindó, en una prolongada entrevista lo que él llamó “La leyenda del cenote Chen Já”.
Hace mucho tiempo cerca del lugar donde ahora está el cenote Chen Já vivía un matrimonio el cual tuvo un sólo hijo. Cuando éste creció se casó con una mujer del pueblo y puso su casa en el sitio donde ahora está el cenote, que era un terreno muy pedregoso. Al pasar el tiempo la señora se quedó viuda y tuvo que depender de la ayuda de su vástago. Al hijo le empezó a ir bien pues lograba buenas cosechas en su milpa; gracias a esto vivía con su mujer holgadamente. La mamá, en cambio, era muy pobre y por eso tenía que ir a pedirle comida a su hijo. Mientras éste comía buenas viandas, negaba a su madre la ayuda solicitada; en vez de ayudarla la despreciaba. Cuando la señora iba a casa del joven, él guardaba la comida. La madre pedía maíz a su hijo y éste le decía que no tenía. Entonces la propia madre maldijo al muchacho: “algún día te va a tragar la tierra”. Donde ahora está el cenote, allí estaba el pozo donde el hijo y su mujer sacaban agua. Entonces un día, por la maldición de la madre, se desfondó esa parte y se volvió cenote. Allí desapareció el hijo ingrato, su esposa y la casa donde vivían. Don Silvio termina su relato diciendo: “si ustedes van a ver en el cenote todavía están los palos de la casa”. Un incipiente análisis nos revela que el mito explica el origen del cenote y además provee, a los que lo comparten, normas morales dirigidas los hijos con respecto a la ayuda que deben dar a los padres y el castigo que sufrirían aquellos que no cumplan la norma. El cenote se llama Chen Já que significa en español “poca agua” según Don Silvio.
Sin embargo el drama no sólo existe en el mito que nos contó el señor Rodríguez; también existe en la realidad, pues las condiciones actuales de este cenote son degradantes, ya que una granja porcícola vierte sus aguas residuales muy cerca de Chen Já contaminándolo gravemente. De poco han servido las numerosas denuncias a través de la prensa ya que ninguna institución ha aplicado alguna solución definitiva al asunto. Chen Já debe ser rescatado no sólo por su belleza natural, sino para salvar a la fauna que lucha por sobrevivir. Es necesario realizar un estudio arqueológico en este cenote ya que se ha detectado, en el borde sur, un petrograbado el cual nos indica su aprovechamiento y probable importancia en la época prehispánica (VENTURA; 2001: 6).
En el sur del municipio meridano hay otras comunidades de reducidos volúmenes demográficos, pero con la riqueza de la cultura indígena que reproduce la tradición oral tan viva hoy como en el pasado. En la comisaría de Dzununcan se recabó el siguiente relato en la voz de Don Venancio Uitz Aban. Él nos dijo que hace mucho tiempo la gente entraba a la gruta porque se creía que los patrones hacendados guardaban su dinero en el interior. Después la gente dejó de entrar por lo que le sucedió en una ocasión a un anciano, quien acompañado de un joven fue a chapear un terreno para el cultivo del henequén, cerca del plantel Zapote, donde está la gruta Boxaktún. Entonces el señor oyó un ruido extraño junto a él; así que fue por el joven y le dijo: “Gaudencio ven a ver lo que está sonando aquí. Cuando Gaudencio llegó al lugar vio un santo serpiente: El Tsukan. Entonces le dijo al señor: Ay, abuelo vámonos de aquí porque si no, nos van a comer. A nos come ese animal. Eso pasó el 15 de septiembre. El 15 de septiembre es cuando todas las culebras vuelan; pero no las culebras normales, sino las culebras de las montañas”. Así que Gaudencio puso a salvo al anciano y después se subió a una mata de jabín grande para ver a la serpiente. Vio como se estaba yendo; además pudo ver que ese animal tiene crines como si fuera un caballo. Desde el árbol, el muchacho vio como la serpiente se metió al pozo de Boxaktún. ¿Crees que si fuera animal no le hubiera atacado? – nos preguntó Don Venancio y continuó – “aunque no te coma si te puede matar. Vuela pues ya tiene sus alas. Esto no es animal verdadero, es para su vista. Es un animal para contarlo en este pueblo. El muchacho tuvo valor para subir al árbol de jabín. Ese animal es el espíritu o dueño del dinero. Los patrones de las haciendas de Itzincab, Ticimul y Santa Cruz guardaron ese dinero”. El viejito que la vio se llama Don Marcos Uh, ya murió; lo mató un volquetero en un accidente de tránsito. El muchacho vive todavía en la esquina donde está la agencia de cervezas, se llama Gaudencio Uh. Hasta ahora nadie ha vuelto a ver al Tsukan. Desde que sucedió nadie más volvió a entrar a la cueva de Boxaktún hasta hace poco en que algunos se atrevieron. Por último agregó que lo de la Tsukan pasó hace 30 años. Además dicen que en la gruta está la imagen de una virgen; que hay también una tabla de letras en la pared y que esa es la maya verdadera (EVIA; 2001: 14).
El relato de una serpiente que cuida o vive en las cuevas es muy frecuente en el área maya y pertenece a una clase de mitos denominados “el monstruo de la tierra” presente en otras partes del mundo. La función de la serpiente en la mitología universal, entre otras, es de guardiana de algún recurso valioso. Sin embargo el objeto de su cuidado varía de acuerdo con los cambios de valores en la sociedad. Mientras que en los pueblos agrícolas la serpiente guardaba el agua; aquí la vemos como dueña del dinero de los hacendados (EVIA; 2001: 14).

3.- La diversión bajo la tierra.

Una de las constantes de la ciudad actual es la diversión; cada quien y cada grupo escoge su horario y su lugar. Las ciudades suelen tener, en este tema, alguna característica particular que la haga diferente a las demás. Es bien conocido el hecho de que en Mérida se dio un tipo de diversión subterránea. La vida bohemia se trasladó al subsuelo e incluso se combinó con los acostumbrados baños de cenote de esos tiempos.
Uno de los sitios más céntricos y conocido por la sociedad yucateca de mediados del siglo XX fue El Yanal Luum (calle 63 entre 62 y 64). Este sitio funcionó durante los años 70’s y 80’s con toda intensidad como una de las opciones para los noctámbulos. Su origen no es muy claro, pero la noticia más antigua que se tiene del lugar es la que reporta el arqueólogo Manuel Cirerol Sansores al escribir un artículo sobre el subterráneo en el año de 1943, que en ese entonces era propiedad del coronel Pablo Antonio González (VICTORIA; 1995: 97). Posteriormente el predio fue adquirido por la familia Espinosa la cual instaló un restaurante en el subterráneo después de hacer algunas ampliaciones en el mismo. Quizá desde esas fechas se decoró el interior con decenas de imágenes de personajes y deidades mayas. Especialmente notable es la frecuencia en que se presentan las imágenes de serpientes desde la entrada hasta las partes finales. La consistencia de las paredes permitió también la excavación de numerosos nichos donde se colocaron estatuas de tamaño natural o ligeramente más pequeñas.
El restaurante funcionó muy bien durante muchos años, pero por causas no conocidas se dio rentado el local a un empresario quien poco a poco le dio un nuevo giro convirtiéndolo en la década de los setentas en un centro nocturno. El ambiente y los espectáculos audaces que allí se presentaban crearon la mala reputación del Yanal Luum razón por la cual fue clausurado.
Otro cenote que ha sido utilizado como restaurante y para el entretenimiento nocturno es el de Tulipanes. El sitio abrió sus puertas alrededor de 1946 y en la actualidad, todas las noches se representa teatralmente en el escenario adjunto al cuerpo de agua, el ritual del sacrificio maya: un sacerdote indígena le extrae el corazón a la doncella inmolada y lo tira al agua del cenote donde está el dios Chaak listo para recibir la ofrenda.
En los costados de la escalera que conduce al subterráneo hay unos dibujos de personajes mayas en bajorrelieve, los cuales fueron hechos hace mucho tiempo y nunca se han retocado. Pero el agua del cenote no sólo sirve para la advocación de dios de la lluvia; también se usa para llenar una enorme pecera que está en la discoteca-bar y para regar las áreas verdes de la parte superior del subterráneo. A pesar de estar ubicado no muy cerca del centro, calle 42 N° 462 x 43-A de la colonia Industrial, El Tulipanes recibe una gran cantidad de clientes locales durante todo el día; en cambio durante la noche, es el turismo internacional que disfruta el ritual nocturno.
Uno de los cenotes que no puede estar ausente en el recuento histórico del esparcimiento de Mérida es el Huolpoch, ubicado en el predio 510 C de la calle 39, justo en el cruzamiento con la 62-A. En el año de 1876 el señor Felipe Contreras compró dicho terreno con el propósito de cultivar hortalizas. Cuando sus trabajadores limpiaban el pozo del lugar encontraron el cenote; el propietario animado por el hallazgo procedió a realizar las labores personalmente pero fue mordido por una serpiente que en Yucatán es conocida como “Huolpoch” (SANTIAGO; 2000: 5). De ahí el nombre del cenote que luego se le daría a los comercios cercanos creando así un punto de referencia para los habitantes de la ciudad. En los 40’s fue adquirido por la familia Gómez y desde el principio se convirtió en una especie de piscina pública utilizada por los niños y jóvenes del rumbo. Alrededor de 1954 se instaló ahí una cantina muy especial, pues además de los parroquianos comunes, asistían al sitio miembros de la intelectualidad yucateca. Además los guías de turistas llevaban a sus clientes como parte del paseo citadino. Los extranjeros al ver el cuerpo de agua similar a las fuentes europeas tiraban monedas para atraer la buena suerte, tal como lo ordenaban sus costumbres. Los niños, hoy hombres ya maduros cuentan como se sumergían para rescatar esas monedas y guardarlas como recuerdos. Sin embargo, el Huolpoch no era el único que funcionaba de esta manera; también sucedía con el cenote La Conchita, en la calle 39 x 66, el Tívoli y por supuesto Tulipanes. Actualmente el Huolpoch tiene acondicionada, en su bóveda lateral, un aula de capacitación para los empleados de una compañía de transporte urbano. Dicen que su condición de aislamiento del resto de la empresa es propicia para el proceso de enseñanza – aprendizaje.
Ahora bien, el entretenimiento bajo la tierra no debe estar necesariamente asociado a la vida nocturna y bohemia. Los baños en cenote son parte de la vida cotidiana de los yucatecos, especialmente en las épocas de calor. En una bella casa quinta ubicada en la calle 27 N° 202 entre 20 y 22 de la colonia García Ginerés hay un cenote muy limpio y bien atendido por una congregación religiosa denominada Misioneras de María Inmaculada. Ellas ocupan el predio desde hace 40 años y aseguran que la casa fue construida por la familia Cámara. Después el edificio fue propiedad de Bartolomé García, quien fuera gobernador del Estado de Yucatán. El inmueble tuvo tres nombres anteriores: La quinta Florida, La quinta los Flamboyanes y Hollywood. Cuando el predio fue adquirido por la orden religiosa le pusieron el actual nombre: Villa María. La madre superiora, Irma González Sosa nos confirmó que toda la infraestructura para bajar al cenote, escaleras, barandales y piso de cemento ya existían cuando ellas ocuparon el lugar.
Gracias a la iluminación del interior las hermanas se pueden bañar tanto de día como de noche. Ocasionalmente es autorizada la entrada a visitantes locales, de otros estados e incluso de otros países. Turistas, escolares y sacerdotes han conocido este recinto que tiene, en la parte frontal superior de su bóveda, una imagen de la Virgen de Guadalupe.
Además de servir como sitio de recreo, en este cenote han estado científicos de México y de los Estados Unidos de Norteamérica para tomar especimenes de bagres ciegos a los cuales llevan por parejas; dicen ellos que con los peces realizan estudios de orientación para ayudar a los invidentes. Pero no sólo el cenote es digno de admirarse; afuera de él, en el jardín que rodea a la casa y al cenote mismo, está profusamente poblado de árboles frutales y plantas de ornato.

4.- Los nuevos nómadas.

Cuando uno habla de Mérida lo último que viene a la mente es la comunidad de indigentes que pululan en las calles céntricas, colonias pobres, zonas poco pobladas y periféricas. En este tema vuelven a aparecer los espacios subterráneos como parte de la complejidad urbana. Simultáneamente sale a relucir una añeja relación entre los hombres y las cuevas que no termina de desaparecer o quizá sólo ha cambiado de forma.
Señalamos al principio que los habitantes la antigua T’Hó aprovecharon los recursos naturales de los espacios subterráneos. Dado que el proceso de avance de la traza urbana es paulatino y desigual, no se puede descartar la continuidad de este aprovechamiento en algunos lugares y en los tiempos más cercanos al presente.
En 1996 se observó una asociación entre el sitio arqueológico Flor de Mayo, en los linderos entre Mérida y Kanasín, y un conjunto de sascaberas cercanas. Los especialistas consideraron la posibilidad de que las citadas cavidades hayan servido como canteras al grupo humano que edificó las pirámides y plataformas de Flor de Mayo. Los vecinos antiguos de la colonia informaron que esas sacaberas habían sido utilizadas aún en las décadas de los años 50’s a los 70’s dada la buena calidad del material. Pero al momento de la investigación, personas desconocidas y seguramente desposeídas de un hogar, habían convertido esas cavidades en basurero y excusado público. Dado que el lugar exacto donde estaban las sascaberas se iba a convertir en vía pública, éstas fueron enterradas para siempre.
De manera muy parecida existe en el fraccionamiento Privada del Carmen, por el rumbo de la colonia Bojórquez, una hondonada con dos cuevas de las cuales se sacaba polvo de piedra para fabricar cal y también sirvieron como depósito de dicho material. De acuerdo con los testimonios recabados eso sucedió hace 40 años. En los últimos años este conjunto de cuevas se había vuelto un problema, pues allí se reunían personas a consumir bebidas alcohólicas y de paso, hacían sus necesidades fisiológicas lo que agravaba el problema para los vecinos. A pesar de todo eso, un reporte de la prensa local señaló que, de acuerdo con los detalles de su construcción hasta hoy existentes (escaleras, paredes de mampostería y un pozo en el centro del terreno), el sitio tuvo una significativa relevancia en sus tiempos de auge (DIARIO DE YUCATÁN 31/3/2000).
En una inspección más reciente de nuestra parte pudimos apreciar que estas cavidades han sido bien atendidas por el Ayuntamiento de la Ciudad de Mérida, pues en la actualidad se instaló una cerca de malla metálica que restringe la entrada a los que hacían mal uso de esos espacios. Afuera de la cerca hay un área verde y con arreglo de jardín. Ahora las cuevas están limpias y se proporciona mantenimiento a la hondonada principal. Sus usuarios indeseables tuvieron que replegarse a otras zonas donde pudieran continuar con su singular estilo de vivir.
En el estado de Yucatán se han detectado varios casos del uso de las cavernas como habitación. Veamos el que corresponde a Mérida. En una noche de mayo del 2000 vecinos de la colonia Obrera, en el sur de la ciudad, reportaron que, a las 10 de la noche, se escuchaban gritos extraños de un individuo que desde hace varios años habita en una cueva ubicada cerca del aeropuerto. Los denunciantes dijeron que el individuo sale ocasionalmente a pepenar a la calle aunque por lo general permanece en su guarida. Es tan buen refugio que los agentes no pudieron encontrar la cueva ni al sujeto (DIARIO DE YUCATÁN 19/5/2000).
Las cuevas y cuerpos de agua de la periferia son de alguna manera recursos aprovechados por los indigentes. Estos son casi invisibles para los demás habitantes de la ciudad pero suelen aparecer cuando las circunstancias lo propician. Por ejemplo: un leñador descubrió el cadáver de un anciano que se ahogó en un terreno baldío a espaldas de Plaza Dorada; el leñador agregó que “ese sitio sólo es frecuentado por teporochos y maleantes”. Esto tiene mucho de verdad. En una visita realizada a la Laguna Yucalpeten nos encontramos, a las nueve de la mañana, a un hombre que estaba lavando su ropa en las aguas de ese cuerpo de agua. Era una persona de aproximadamente unos 40 años, con la barba crecida y vestido con andrajos. Si bien se sorprendió al vernos, de inmediato nos indicó amablemente por donde se llega a la mejor parte de la laguna. Al llegar al sitio sugerido por el sujeto admiramos la belleza del agua y lamentamos su contaminación. Al rato llegaron “pescadores” de la colonia Francisco I. Madero, estudiantes de las secundarias cercanas y bañistas también del rumbo. Este conjunto de predios, en otros tiempos, fueron explotados por una compañía de materiales de construcción como canteras. Fueron horadados con sus máquinas hasta llegar a los mantos de agua subterráneos. Hoy día son lagunas abiertas conocidas por los vecinos del rumbo como el “Cancún de los pobres”. Su uso como proveedor de agua y peces, o como balneario es, de verdad, intenso.
Vale la pena hacer notar que el aprovechamiento es desigual no sólo por el tipo de cueva o recurso a explotar; sino que existe una diferenciación marcada del uso según sea el estrato social de la persona que acude a un subterráneo. Mientras que en algunos casos la gente va a una cueva para pasear, divertirse o educarse, otras personas necesitan el espacio para pasar una noche más de su vida errante.

CONCLUSIÓN

Cuando alguien sugiere que una caverna es importante sólo si contiene elementos culturales prehispánicos o algún tipo especial de vida, está expresando una parte de la verdad. Las cuevas no sólo son importantes porque hayan tenido alguna utilidad en el pasado o porque sean el hábitat de ciertas especies biológicas. Los factores que hacen valiosa a una caverna van más allá del asombro por su belleza natural, de sus utilidades económicas como recurso turístico y de lo exquisito de su tradición oral. Todos estos componentes son producto del uso y del aprovechamiento que se ha hecho de las cuevas dependiendo de los períodos históricos por los que ha pasado el habitante de cada sociedad. De ahí que todas las perspectivas enfocadas en conjunto sean importantes para la compresión del asunto y la solución de problemas surgidos por la interacción humana y el subsuelo. Por ejemplo, en la actualidad hay una la polémica reciente por el uso de las cuevas de Mérida como sumidero de las aguas pluviales. Este es un problema que interesa a la ciudad en su conjunto, ya que la probable contaminación del manto freático podría amenazar la disponibilidad del agua potable para los meridanos, sus principales consumidores. Este asunto y muchos más indican que la vitalidad del tema está en la diversidad que acusa la relación de la sociedad meridana con sus espacios subterráneos y cómo ha cambiado esa relación conforme la estructura económica y social ha variado al paso del tiempo. Ocuparse de las cavernas hoy día puede hacer que el hombre moderno tome conciencia para preservar un elemento del medio ambiente que le ha permitido sobrevivir ya sea como refugio o como fuente de trabajo. El estudio de los espacios subterráneos, desde la perspectiva antropológica, debe abordarse como un proceso histórico inconcluso de la relación entre la sociedad y las cuevas.

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